De la cocina a las urnas.
Hace
unos días un adolescente curioso, me preguntaba cuáles eran los ingredientes
del bizcocho que cada vez que venía a mi casa, devoraba con gusto. Cuando le
enumeré la lista de productos utilizados, me comentó que algunos de esos
ingredientes por separado no eran realmente atractivos, pero una vez juntados,
mezclados y horneados, otorgaban un abanico de placeres visuales, olfativos y
de paladar realmente admirables.
Seguidamente
me preguntó cuáles eran los ingredientes de la política. Tras un largo y arduo
debate ante esta pregunta, concluimos él y yo que la política se asemeja a la
elaboración de ese bizcocho, la política parece que nos ofrecía ese mismo
mejunje y calores de la preparación del bizcocho
Todos
desean un pedazo de ese pastel y
muchos con más o menos ganas se meten de lleno en la masa y en el horno. A
algunos les pillan con las manos en la
masa y otros descubren más tarde o más temprano que no utilizan los mejores
ingredientes e incluso algunos maquillan de tal forma los productos que cambian
la receta original, destruyendo los principios básicos de la misma y por
supuesto su resultado final, no siempre con efectos positivos. Con ese producto
final artificial y artificioso, a muchos consiguen engañar pero a la larga, se
les descubre el pastel.
Cada
ingrediente de la política puede por sí solo resultar algo insípido, insulso e
incluso desagradable (como ocurre con la harina, el aceite o la levadura del
bizcocho) pero sin embargo, otros gozan de la dulzura y el placer por sí solos
(así el azúcar, el chocolate o la vainilla). Pierden intimidad y parte de su
vida privada, pierden horas de sueño, de ocio pero también en su “mezcladora”
añaden esos placeres que la droga de la política otorga a sus líderes en mayor
o menor medida. Un ascenso social y económico, un empuje al ego, mil puertas
abiertas en tantas ocasiones y lugares, un acceso sencillo y rápido a mil
situaciones y lugares intrincados, es la cobertura del pastel, el chocolate
derretido por el que todos suspiran.
Y
una vez mezclado, en ocasiones toca limpiar
lo manchado porque no se ha cuidado el detalle ni el orden , ni las buenas
formas culinarias pero algunos dando la mayor fuerza a sus “lavavajillas” o
encargando a otros el proceso de lavado, dejan sus manos y sus espacios limpios
sin tener que tocar ni el agua.
Y el
horno, el receptor de ese esfuerzo y el que nos dorará la recompensa, precisa
de un atento análisis de tiempos, potencia y posición y junto con todos los ingredientes,
el bizcocho toma cuerpo y lugar en nuestros platos al igual que el político
toma asiento en su escaño. Ha pasado por la agotadora mezcla de ingredientes y
manos de cocineros, ha sufrido los calores de la cocción y ahora, se deja
reposar en su cómodo asiento para disfrutar del resultado.
El
problema surge cuando vemos como el bizcocho no sale de su fuente, no cubre nuestras
necesidades para las que surgió y encima, vemos como se endurece con el paso
del tiempo sin ser capaz de cumplir su misión y comprobando que hemos perdido
tanto tiempo como energía en él para luego no servir para nada. Solo nos resta
echarle fuera y tirarle pero ya de nada nos servirá.
Las
simbologías a veces son tan clarificadoras que ahora me pregunto si la solución
no sería que todos nos alzáramos contra ese bizcocho antes de que se amuerme en
su fuente mullidita y saquemos de él todo lo que nos prometió en su principio
cuando aún no era más que una receta, un programa escrito entre nuestras manos.
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