sábado, 5 de noviembre de 2016

De la cocina a las urnas by La PutaVieja.



De la cocina a las urnas.



Hace unos días un adolescente curioso, me preguntaba cuáles eran los ingredientes del bizcocho que cada vez que venía a mi casa, devoraba con gusto. Cuando le enumeré la lista de productos utilizados, me comentó que algunos de esos ingredientes por separado no eran realmente atractivos, pero una vez juntados, mezclados y horneados, otorgaban un abanico de placeres visuales, olfativos y de paladar realmente admirables.

Seguidamente me preguntó cuáles eran los ingredientes de la política. Tras un largo y arduo debate ante esta pregunta, concluimos él y yo que la política se asemeja a la elaboración de ese bizcocho, la política parece que nos ofrecía ese mismo mejunje y calores de la preparación del bizcocho
Todos desean un pedazo de ese pastel y muchos con más o menos ganas se meten de lleno en la masa y en el horno. A algunos les pillan con las manos en la masa y otros descubren más tarde o más temprano que no utilizan los mejores ingredientes e incluso algunos maquillan de tal forma los productos que cambian la receta original, destruyendo los principios básicos de la misma y por supuesto su resultado final, no siempre con efectos positivos. Con ese producto final artificial y artificioso, a muchos consiguen engañar pero a la larga, se les descubre el pastel.
 
Cada ingrediente de la política puede por sí solo resultar algo insípido, insulso e incluso desagradable (como ocurre con la harina, el aceite o la levadura del bizcocho) pero sin embargo, otros gozan de la dulzura y el placer por sí solos (así el azúcar, el chocolate o la vainilla). Pierden intimidad y parte de su vida privada, pierden horas de sueño, de ocio pero también en su “mezcladora” añaden esos placeres que la droga de la política otorga a sus líderes en mayor o menor medida. Un ascenso social y económico, un empuje al ego, mil puertas abiertas en tantas ocasiones y lugares, un acceso sencillo y rápido a mil situaciones y lugares intrincados, es la cobertura del pastel, el chocolate derretido por el que todos suspiran. 
Y una vez mezclado, en ocasiones toca limpiar lo manchado porque no se ha cuidado el detalle ni el orden , ni las buenas formas culinarias pero algunos dando la mayor fuerza a sus “lavavajillas” o encargando a otros el proceso de lavado, dejan sus manos y sus espacios limpios sin tener que tocar ni el agua.
Y el horno, el receptor de ese esfuerzo y el que nos dorará la recompensa, precisa de un atento análisis de tiempos, potencia y posición y junto con todos los ingredientes, el bizcocho toma cuerpo y lugar en nuestros platos al igual que el político toma asiento en su escaño. Ha pasado por la agotadora mezcla de ingredientes y manos de cocineros, ha sufrido los calores de la cocción y ahora, se deja reposar en su cómodo asiento para disfrutar del resultado.

El problema surge cuando vemos como el bizcocho no sale de su fuente, no cubre nuestras necesidades para las que surgió y encima, vemos como se endurece con el paso del tiempo sin ser capaz de cumplir su misión y comprobando que hemos perdido tanto tiempo como energía en él para luego no servir para nada. Solo nos resta echarle fuera y tirarle pero ya de nada nos servirá.
Las simbologías a veces son tan clarificadoras que ahora me pregunto si la solución no sería que todos nos alzáramos contra ese bizcocho antes de que se amuerme en su fuente mullidita y saquemos de él todo lo que nos prometió en su principio cuando aún no era más que una receta, un programa escrito entre nuestras manos.




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