De profesión pensionistas.
De profesión
pensionistas. Sí, eso es lo
que somos millones de ciudadanos en este país. Y orgullosos de serlo porque eso significa que hemos vivido, trabajado como el que más y que tras todo ello, hemos sido capaces de
llegar a nuestros años de vejez con la suficiente salud como para seguir dando guerra en nuestra última
etapa vital.
Ninguno de nosotros, los jubilados y prejubilados de este
país, pensábamos que tanto esfuerzo en nuestra juventud y en nuestra madurez,
nos daría este final de fiesta. Y así nos vemos, sintiéndonos afortunados por
haber conseguido una pensión, sentimiento que se convierte en agridulce ya que siendo en sí un derecho, parece
un regalo. Un sentimiento que como el de tener un trabajo, parece que hay que
agradecer. Nunca creí que algo así pudiera ocurrir, que hoy en día, tener una
pensión, un trabajo, un techo o un hijo, sea un lujo entre las clases obreras.
Pero así es, o mejor dicho, eso es lo que nos quieren hacer sentir para que
traguemos con todo.
Pero algunos no fueron tocados por la diosa fortuna y ni
siquiera por sus deidades menores, por lo que han de hacer juegos malabares para subsistir día a día, sacando a flote sus vidas y las
de los suyos con ínfimas pensiones (de esto hablaré en otra ocasión ya que da
para mucho).
Otros, por su parte, no han
sido tan afortunados en el tema salud y deben luchar contra viento y
marea, contra odiosas enfermedades que lastran en mayor o menor medida su
vejez.
De éstos hablaremos hoy.
Quiero lanzar un SOS por aquellos que, a pesar de haber
trabajado toda su vida como esclavos, que a pesar de haber cotizado sin robar
ni un céntimo y haber luchado por ahorrar un puñado de euros a base de grandes
esfuerzos, hoy se ven totalmente
abandonados por ese estado del bienestar que les invitaron a crear y por el que
lucharon incansablemente para tener una digna vejez.
Hoy, miles de personas no pueden acceder al sistema
sanitario, a los servicios
asistenciales o a las medicinas que puedan darles un nivel de salud óptimo. Un
derecho que hemos mantenido durante años con sus nuestras cotizaciones, con
nuestro esfuerzo, a sabiendas de que con ello, obtendríamos una vejez digna,
sin grandes lujos, únicamente
digna. Los hospitales se saturan por falta de personal y falta de medios, las medicinas entran en fase de copago y los
servicios sociales se reducen hasta el nivel de haberse convertido en un
artículo de lujo o en el peor de los casos, hasta hacerlo desaparecer. Miles de
ancianos son abandonados a su suerte o a manos de familiares que han de
abandonar sus carreras laborales
(a las que seguramente nunca se reincorporarán con el consiguiente
riesgo de sufrir los efectos de la pobreza cuando su anciano fallezca) por la
necesidad de cuidar a sus mayores.
Pero no pasa nada, se desprenden del lastre de ancianos y enfermos
necesitados, nos abandonan y nuevamente nos hacen creer que nosotros somos los
culpables, que queremos vivir
muchos años y en buenas condiciones. Pero, cómo son capaces de considerar
nuestro deseo de vivir bajo unas mínimas condiciones (repito, dignamente), un capricho o un lujo. ¿Creen acaso
que sus vidas, blindadas por sus ingentes sueldos y sobresueldos que lo compran
todo, son más valiosas que las de los currantes que durante años nos hemos dejado el pellejo hemos
articulado esta clase media? Me temo que sí, eso es lo que creen, pero no
dejemos que nos lo hagan creer también a nosotros.
Hoy he vuelto a investigar por si, dada mi senectud, hubiera
olvidado alguna amputación al artículo 43 de la constitución en estos últimos
años. Pero no, sigue igual en su redacción pero me temo que no tanto en su
aplicación.
Grrrrrrrrrrrr.
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