La pandemía de la muerte y la hipocresía.
No,
no me ha llevado por delante ni la vida ni el virus, bueno, al menos por el
momento.
Llevo
tiempo en silencio pero no por razones de salud ni por razones que deba
ocultar. Sólo por una razón no he aparecido en tanto tiempo por aquí: no me apetecía. De cualquier forma tampoco
creo que se me haya echado mucho en falta.
Cuando
una ya es vieja, hace lo que le da la gana, no se ata a obligaciones y por
supuesto, se cabrea con más facilidad con la hipocresía.
Con
este arranque os podéis imaginar que sí, estoy cabreada y mucho. Estoy cabreada
por esa hipocresía que nos envuelve estos días. Parece que necesitamos al salir
al balcón cada tarde con la escusa de honrar a los que hoy trabajan para salvar
nuestras vidas, para aplaudir a los sanitarios y personal de servicios
esenciales que evitan que muramos como moscas o que no tengamos cubiertas
nuestras necesidades básicas. Pero esa necesidad de salir al balcón es en una
gran mayoría, pura hipocresía o como
dicen hoy en día los jóvenes, puro posturéo. Muchos de ellos salen a sus
ventanas y balcones para lucirse, para aplaudir con más fuerza que sus vecinos
y gritar más fuerte viva España y demostrar que son más patriotas y más
españoles que todos los demás juntos. Y de paso, aprovechar para dar un repaso
por los balcones y señalar a aquellos que no se asoman nunca o casi nunca.
Pero
muchos de ellos, de esos que se destrozan las manos aplaudiendo y dejan
afónicas sus voces gritando consignas patróticas, son aquellos que hace un
puñado de años, lanzaban pestes contra las mareas blancas. Son aquellos que
cuando salían a las calles, cuando se ponían en huelga, cuando protestaban esos
profesionales a los que hoy catalogamos de héroes, gritaban con igual potencia
lo insensatos que eran, lo irresponsable de sus actos al dejar sus puestos de
trabajo por un puñado de euros. Pero no, no lo hacían sólo por un salario
justo, acorde con su esfuerzo laboral, lo hacían para poder evitar esos recortes sanitarios que hoy han sido
unos de los causantes de este caos sanitario, de este colapso de nuestra
sanidad pública. Hoy catalogamos de héroes a quienes trabajan por nuestra salud
cada día del año, con virus o sin él, con pandemia o con gripes, en festivos,
en vacaciones o en domingos. Son trabajadores sanitarios, son obreros que salvan
nuestras vidas los 365 días del año y que esperan de nosotros, algo más que un
aplauso de diez minutos cada tarde. Son obreros que quieren que apoyemos sus
peticiones, que les hagamos caso cuando nos aconsejan, que no abusemos de esa
sanidad que todos queremos universal y gratuita, que votemos a quienes
defienden la sanidad pública y para todos porque como ha quedado demostrado, es
la que nos puede salvar a la hora de la verdad.
Sí,
los recortes en la sanidad pública contra la que protestaban en esas
manifestaciones, la reducción de la inversión de materiales, de personal, de instalaciones son los que han
provocado la muerte de más personas de las que deberían haber fallecido. Y lo
triste es que esto volverá a ocurrir y no se llamará coronavirus, recibirá otro
nombre pero volveremos a sufrir una pandemia similar y nuevamente, moriremos
sin control porque la inversión en sanidad pública nunca llegará. Porque para
que se produzca ese cambio, necesitaremos un cambio radical del sistema
económico financiero que mueve los hilos de este mundo y existen tantísimos
intereses creado que no permitirán quitarle la máscara al capitalismo
descubriendo tras de ella la mayor de las podredumbres del sistema mundial.
Y
hoy apoyaremos a los sanitarios, a los servicios de limpieza, a los servicios
de orden público, a los empleados de supermercados y tiendas de alimentación. Y
los honraremos y adoraremos como a dioses pero ¿cuánto durará esto? Seguro que
cuando levantemos la barrera del confinamiento, cuando pasen unos meses, cuando
el miedo se haya difuminado, volveremos a olvidar que tras la bata del medico,
tras la fregona o tras la caja registradora, hay una persona que requiere, que
reclama, que exige sus derechos y que sin ellos nuestras vidas se pueden
paralizar. Pero no permitamos que este olvido nuestro, haga más fuertes a los
empresarios y sigan aprovechándose de los obreros, de todos nosotros, inclusive
de los que ya no trabajamos. No permitamos que todo esto se nos olvide,
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